La conocí anoche.

La encuentro donde la hierba crece demasiado silenciosa, bajo el silencio de las casas que nunca vieron nada. El aire aún huele a mañana, pero la luz es frágil, como si recordara lo que intento olvidar. Está de pie en el lugar donde el silencio se rompió, donde los pasos llegaron sin previo aviso, y el miedo llegó con las manos de un extraño. Su sombra se extiende más allá de su cuerpo, como si intentara correr incluso ahora. Sus ojos no tienen conocimiento de cuchillos, no tiemblan ante el sonido de botas en suaves caminos de tierra. Grava crujiente. En los senderos matinales. A través del silencio de las hojas. Inclina la cabeza al verme, como si fuera alguien a quien casi recuerda, un reflejo en una ventana oscura a la que una vez saludó antes de que el cristal se rompiera. Quiero tocarla, decirle: No te lo merecías. Nada de eso. Pero las palabras caen pesadas, como dientes rotos en mi boca. Así que me siento a su lado. En silencio. Respirando el mismo aire de ensueño, contando el espacio entre nuestros hombros. Tal vez algún día me tome de la mano. Tal vez trenzaremos nuestro cabello de nuevo en una chica que pueda volver a dormir. Pero esta noche, ella solo tararea una canción que olvidé cantar. Y escucho, porque incluso los fantasmas merecen ser escuchados.